domingo, 3 de abril de 2011


Las palabras me encuentran y se meten por debajo de mis uñas y arman todo lo necesario para afrontar un domingo en dónde extraño el gris de la autopista dormida y temo que abril despliegue alas. El abril de la vida y de la muerte, del acá y de un allá que estira su alfombra. Siempre abril. La serpiente de fuego y las flores y el cementerio y dos cafés que se enfrían si nos miramos, nos besamos o nos explicamos el porqué de una vida que se despierta si el amor es real y si la prosa del mundo ubica bien su punto y coma.
Las palabras y las cosas: ningún libro igual, con toda esa explicación erudita que me permite salir de la angustia que NO nombra y separa, y diluye, y hace que a veces me pierda. Ya no tengo ese libro: se prendió fuego en alguna mudanza o lo tiré por la ventana en alguna discusión fuerte, o me lo tragué algún otro domingo de ansiedad y ojos como dientes y largos pasos por toda la casa. Cierto significado y orden del mundo me calman tanto como un café bien caliente en una esquina de Almagro teñida de rosado.
Y abril es de plástico y se contornea con facilidad y me repliego y me abro de mil formas para alcanzar mis cosas que son esos cafés, esos orgasmos, esos libros y esas paredes más grises o más rosadas según el día y según el alcance del amor que va mutando como cada abril , como cada llanto y como cada risa.

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