lunes, 31 de enero de 2011



Un vagón, dos, tres, muchos. Ninguno es el mío. Camino, corro, observo a esos señores que conversan en una plaza que aún no me piensa. Todo ésto me lleva tiempo. Me lleva...
Leo a esa tipa dramaturga que habla de la muchacha de rojo y me lo imagino todo : ella, su vestido, su amante oriental. Se encuentran en la estación Migueletes . El mira sus labios, ella observa el libro que él acaba de cerrar. Se amarán mucho cuando el tren llegue adónde están deseando ir desde siempre. El la invitará al cine
Luego pienso en mí, en aquellos amantes que perdieron sus rostros, en el amor que todo lo nombra; y casi no alcanzo ese tren que entre Gral Pueyrredón y Carranza, sòlo tarda trece minutos . Minutos de imágenes en todos los colores, de páginas salteadas, y una sensación de ida que me estrella contra la nada. No habrá vueltas.
Minutos que devoran estaciones que se pierden como amantes. Miradas. Minutos que no me alcanzan. Minutos en los que podría ser todo lo que quiero ser, incluso perdiendo ese tren que en trece minutos resume barrios e historias.
La paradoja, en el balanceo del viaje, ahueca la experiencia : esperás que el tiempo traiga distancia para maldecirla después. El silbato,Urquiza, el olvido.
Cierta cadencia y ese chillido en los rieles, los àrboles de una estación que me arrebata nuevas e incansables lágrimas, el anciano que me pide el asiento.
Me huelo extraña. Todo se tiñe de colorado en mi cabeza. El cartel dice que todavía no llegué. Ladrillos dibujados, un perro que me ladrará hasta el infinito.
"Bajo acá"
Algo más allá de todo ésto me viene ganando hasta el aliento condicionado por todos los òrganos del cuerpo, que perdona y se estruja por la tristeza, en una plaza desconocida,antes de llegar a destino.

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