miércoles, 19 de agosto de 2009

NOTA


Terminó la petaca casi a punta de pistola. Volvió sobre sus pasos por la avenida y en cualquier papel con un lado en blanco hizo la pequeña revolución de la noche, ya entrada en madrugada. Nada mejor que las solitarias madrugadas de la Av. 9 de julio para hacer eso que, durante una mañana céntrica, te ubicaría al lado de la soledad más grande: la de los que transitan las calles sin saberse vivos. Nada mejor que las madrugadas para confirmar sin culpa que sólo hay una forma de existir y, por lo tanto, de amar

El miedo, que siempre tiene todo que ver, hizo lo suyo : deformó el lenguaje, le manchó las manos y la llevó a ilusionarse con la idea de que el niño de la novela, esta vez no moriría (aún con la certeza de que el ñiño de la novela siempre muere) A sentir con cierto goce que el centro porteño, al otro día, se relamería de saberse espacio de dislocados actos de amor, tal vez tímidos y tardíos pero estallando de sentido y con un único blanco: padecer menos de razón, achinar menos los ojos ante tanto maquillaje y existir hasta en los márgenes del lenguaje que, al fin y al cabo, es todo lo que tenemos aparte de este cuerpo que (con mejor prensa) es preso del mismo deseo por el que la sociedad burguesa estalla y el vulgo fantasea.

Lenguaje, deseo y cuerpo haciendo forma y contenido en un pedazo de papel tímido, arrugado, incorrecto....violento, por qué no? Una nota como un panfleto al aire, como una botella al mar o como una sonrisa atrás del vidrio, que mas da...

Sospecho que cualquier manifiesto sobre ética y estética explotaría de leer esa caótica nota. Caótica, sí: de un lado, la incontinencia retórica y confusa de quien retiene el aire para escribirla y del otro, la invitación a una fiesta de rock. De ambos lados del papel, finalmente, lo mismo...porque siempre es lo mismo : lenguaje, cuerpo, deseo


JP


Habíamos visto a Gabo Ferro. Mi amiga Sole me alentó a hacer lo inesperado, eso que siempre quise hacer...y ahí estaba "su" bicicleta, ahí estábamos nosotras creyendo en cualquier cosa que se nos ocurría. Ahí quisimos reconfirmar que el amor se dice, de alguna u otra forma, para que pueda existir. Ahí mismo tomé un papel y una lapicera. Ahí mismo le confesé que yo también quería abrazarlo, aunque no tuviera él auto con parabrisas ni osadía para ir tras de mí.

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