Pienso en eso de las pasiones alegres y cruzar la vía se hace una aventura hermosa. Y de golpe ya no distingo si es tristeza, una pasión encontrada, desamor o la lluvia y el olor a choripan que viene de un puesto callejero. Sigo de largo por la avenida sin ver el carnaval. Un recuerdo de Montevideo, un chorro de espuma y la puteada que le sigue a éso.
Llego hasta una casa con fachada de piedras, muy años ochenta. Tengo nervios en la panza. Sospecho que estoy durmiendo y que con el próximo golpe de tambor voy a despertarme pero no sucede. Un señor alto, de barba y bigote, me recibe con brownies. Tiene Mil Mesetas sobre un sillón y a las gemelas de El Resplandor enmarcadas en la pared. Diane Arbus, digo señalando la fotografía. El sonríe y asiente con la cabeza. No sé que hago ahí. El autodidactismo me genera tanto respeto que vuelvo a preguntarme qué hago ahí. Acto seguido: "¿Qué hacés acá?" dice él.
Parece no haber nadie más en su casa y eso me genera miedo, de golpe. No puedo explicàrselo. Miro la L que tiene bordada en su impecable chomba blanca a la vez que percibo cierto temor de la infancia. "Me gustaría escucharte" dice con una voz serena, casi tardía. Pienso : El miedo al hombre desconocido es algo que de niña...Y estamos solos. No quise detenerme en éso pero fue inevitable, y las mellizas de Arbus ahí....
"Llegué por recomendación"... El me detiene con un movimiento de manos. Creo que ve algo de terror en mis ojos. Me acerca la silla y, de nuevo, brownies.
¿Por qué esa foto? pregunto. Me dice que puedo tranquilizarme y tomar un té con él. Remarca que quiere escucharme. Me siento muy pequeña. No sé del todo qué hago ahí pero voy a descubrirlo.
Su biblioteca tan grande suma pavor. Quiero irme pero me quedo, o más bien hago el ejercicio de quedarme, ubico mentalmente cada ambiente de la casa y me tranquilizo por fin. Quiero trabajar con ud digo, o algo parecido. Hablamos del barrio Gótico en Barcelona, del poder de la palabra, de la soledad (o yo hablé de mi soledad)y de sus ganas de confiar en mí. Tomamos el té, vemos fotos de sus viajes y me siento brillante respondiendo a todas sus preguntas. "Me contaron que tus galletas de limón son deliciosas", dice con la sonrisa más linda que vi en años. Creo que me pongo toda colorada y se lo comento, por las dudas. Siempre me relaja decirlo... (¿Por qué no se me pondrán rojos los pies? Maldición)
En la puerta me despide con un abrazo y yo juro que nunca voy a devolverle ese libro que ubico bajo la axila derecha. Raramente, el abrazo de un desconocido me conmueve hasta la zona del omóplato.
Ya en el camino de vuelta imagino cosas que nada tienen que ver con el trabajo o el dinero. No puedo detenerme mucho rato en éso aunque me esfuerce. Pienso que me gustaría tener un padre como el señor Lamberto. También que si tuviera yo treinta años más, de seguro me enamoraría de él. No entiendo como pude tenerle miedo durante un segundo y medio: una fantasía sexual es sumamente improbable, un miedo real no sería justo, un recuerdo traumático es la única explicación.
Llegando a Terrada, otra vez los tambores. No tengo idea qué hacer conmigo. No hay caso
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