domingo, 27 de febrero de 2011


Cuando cumplí once años les pedí a mis padres un regalo muy especial. Esperé abril ansiosamente, con el pelo enmarañado y un rosa desprolijo en las uñas , propio de niña mala. Recuerdo el abrazo fuerte de mi madre cuando llegó aquel sábado número seis. Le pedí me asegure que los domingos no lloraría por amor ni en 30 años más. No importaba si venía en papel de regalo, o dedicado especialmente. Mi padre escuchó al pasar y prefirió seguir directo hacia la calle, por ese pasillo fresco de nuestra casa. Mi madre quiso correr, tal vez, pero se quedó ahí para explicarme que el desamor es una de nuestras peores pesadillas, a menos que pudiera tenerme ahí para siempre, dándome un abrazo similar.
Quiero ir a abrazarla ahora mismo

1 comentario: