domingo, 20 de febrero de 2011


Ahora que la gran ruleta se plantó ahí dónde nadie creía, el fantasma vendrá con las manos llenas y habrá que elegir la derecha o la izquierda. Una linterna para alumbrar el camino será necesario, unas alas blancas y un perfume a flores en el cuello.
El cuerpo tiene sus razones y no quiero discutir con él. Habrá que suspender los eventos y seguir los caminos alternativos a la moda y a los usurpadores de besos, como cada vez que tuvimos conciencia. Será la foto de una noche serena y una mujer desnuda haciéndose de ella con la ventana abierta, con el vaso vacío y unos dedos largos tras bambalinas.
La casa no es segura cuando se esconde del sol. Da igual romper la cerradura e irse a llorar a la ciudad vieja, por no volver a unas plazas que lo tuvieron todo.
La valija cerró con el último suspiro, cuando nadie lo esperaba. Quedó dentro ningún recuerdo y las cajas que van a la calle pesan en años. Volver a empezar es una mentira, en la espera. Volver a empezar es irse. Irse de un cuerpo partido, de los recuerdos, de los perros que ladran por Mosconi, de los hilos que digitan historias por Callao o por Lambaré, de los extraños que entran sin golpear la puerta de madrugada, de los famosos que regalan estrellitas de colores en la Avenida más larga del mundo y de cada vómito de sinceridad que nadie pueda decir en una cama mientras se entrecruzan unas manos huesudas y unos labios color púrpura, como el vino que se acaba en unos escalones a la cal. Eso es irse de una buena vez, del miedo estúpido de los que caminan cerca y se vuelan la cabeza con canciones de amor. Eso es irse de unos ojos que merodean la escena con el dedo en el gatillo sin mirar a la luna que se muerde los labios por posar su mano ahí y darle fin al miedo y a la mentira. Irse es ese estruendo que un hombre sin paz y la mismísima luna anhelan, mientras una mujer se viste sin tener idea de lo que el espejo le está devolviendo...Y la lluvia duplica la apuesta y limpia algunos silencios que Tuñón bien podría describir sin que le tiemble la voz, aún con la casa incendiada.
Mientras me envuelvo juro que no alimentaré de fantasmas mi literatura, ni cantaré por los zaguanes que no tuve, ni le daré guantazos a las imágenes que no me piensan, mirando el malecón o el nuevo jazmín del patio.
Correré bien ligero y no habrá encuentros ahí dónde todos volvieron a empezar.
Me dormirè de ida con el vaivén. Me despertaré en la playa y volveré cuando tenga las llaves de una casa segura. Sòlo restan algunos llamados de último momento y tres libros pesados en el bolsito de mano

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