lunes, 13 de diciembre de 2010
Bolivia
Yo también los vi, aunque no pude mirarlos a los ojos . Ellos eran cinco, de cuerpo fuerte. Una locura : el cuerpo los seguía acompañando al margen de esas almas derroídas por el abandono y esas manos con olor a estaño.
Nosotros éramos tres, como siempre por esos días. Tres para aquí y para allá, en las fotos y en las rutas; sin definir nuestras cuestiones pero conmovidos con aquella escena que nominamos de varias formas. Eramos un banquete para algunas teorías y, a veces, unos chicos raros del sur de una ciudad.
Los cinco hombres olían fuerte, reafirmando cierta apariencia. Tenían la piel de un color brillante, una especie de marrón que sólo un hombre puede dar. El realismo más sucio no podría describir esos cuerpos. Pudimos verlos aunque no los miramos a los ojos. Ellos no querían fotos y nosotros no estábamos tan confundidos. Para eso estaba la isla del sol.
El cielo fue el más claro que pudimos conocer, en contraste con todo lo que pasaba alrededor. La ruta había perdido extensión. Todo se redujo a ese espacio desprovisto de erotismo y fantasía.
Cinco hombres, cinco vidas arrasadas, bebiendo con esas gargantas sin voz. Bebimos juntos, ellos y nosotros, sobre unas mesas improvisadas con maderas secas.
Frente a mi propia sorpresa, no tuve palabras durante las cinco horas en las que retuve, también, el aire
Nuestra ruta se abrió aquel mismo día, porque esa era nuestra vida. Ellos se hundieron donde siempre, porque aquella era su vida
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