jueves, 19 de marzo de 2009

Visiones






Bajando las apolilladas escaleras de madera del instituto, sentí que me abrumaba un pensamiento. Recordé, mientras presentía el espejo que esperaba abajo, casi exactamente como fue aquella lejana noche. Creo que volví a sentir frío por un instante, frente al recuerdo, a la vez que mucho calor (este diciembre así como aquél, es muy caluroso en Bs.As) Creo, también, que me detuve un instante y me sostuve de la baranda, frente a dicho recuerdo.
Después de varios meses de no visitar el instituto y luego de una racha de embriagante alegría -seguridad intelectual, tranquilidad espiritual y un honesto y condescendiente deseo de desear- sentí una profunda tristeza que nada tenía que ver con aquella noche de verano. Pienso que la memoria pudo haberse alterado en el mismo momento en que mi lengua hizo contacto con lo amargo de mis lágrimas. Ah sí, la conmoción también trajo un tibio llanto. Entonces el recuerdo fue patente y no esperó un sólo segundo para ser parte de la tristeza que ya latía.
Después del primer piso (son dos) bajé cada escalón de madera casi jugando, evitando las partes roídas, viendo donde pisar, eligiendo el camino, manejando la mirada para "evitar". Oh, sí, para evitar al gran espejo de origen irlandés que ocupa medio pasillo, al final de las escaleras del instituto. El espejo es antiguo, bello y muy largo... pero espejo al fin.
Al recuerdo y a un claro paralelismo, los hallé cuando, tomada de la baranda (sí me tomé de la baranda), me vi a mí misma un año atrás, atravesando aquel largo pasillo de casa, evitando pensar, eligiendo el camino como si fuese un juego, casi sospechando el gran espejo que me esperaba al final de él: detrás de la puerta de calle. Detrás de todo...
Aquel día, al fin del pasillo, sólo estaba yo y el desafío de alojar el deseo de un otro que esperaba, dispuesto a mirar y ver... ver todo eso que los espejos no habrán de captar nunca. Verme.
No me enfrenté a él con los ojos abiertos, estaba sin armas para soportar la exposición al final de los casi cien metros de un pasillo que transito de memoria, cada día, a veces con los ojos cerrados, a veces con los ojos bien abiertos, según el recuerdo de turno.
Al fin del pasillo y de la escalera, dicho paralelismo me indicaba que no quería verme en el espejo de la incompletitud . Y si en la mirada de los otros nos reconocemos y nos completamos para dejar de andar en pedazos, para no ser sólo retazos de seres viendo vidrieras por calle Corrientes, lamento en todo mi fragmentado ser, no haberme dejado completar con su mirada aquella madrugada de sábado, inigualable.
Qué hostil: lo igualé con cualquier espejo de esos, los únicos que existen, los que sólo alojan la mirada propia y devuelven partes. Lo igualé, rebajándolo, con el espejo que evito al final de una escalera maltrecha.
Cuando quedaban tres escalones, salté e hice una tonta pirueta para disimular conmigo misma, la tristeza que me abarcaba.
Desde aquel día, del que han pasado un par de años, y por siempre, cada vez que juegue al cíclope cerca de un espejo , pensaré en él y en esa mirada al final del pasillo.... mirada que no pude ver , que no dejé que me alcance, que igualé con cualquier espejo ciego .
Y siempre que recuerde que mis lágrimas son saladas o cada vez que llore cualquier llanto, lloraré también la frustración de haberle temido tanto a aquella opción, única, de verme completada al final de un pasillo con dibujos rectangulares.

Julia Pirani

Escribí ésto hace bastante tiempo y, una vez más: los espejos, la fragmentación, el miedo. La recurrencia a algunos conceptos me es, a veces, inevitable.
Por fortuna ya no "recurro" a pensar cada día en quien inspiró este desafortunado escrito. Por fortuna ya no lloro lo que de algún modo "no fue", aunque el escrito lo diga. Por fortuna, sí conocí sus ojos y me abrazaron sus brazos.
Lamento haberlos traído hasta aquí,esperanzados lectores,sospecho (y espero) que tendrán cosas más importantes que leer.
Gracias por llegar hasta aquí. El desamor y las inmensas ganas de escribir pueden ser peligrosos si se unen. Habrán notado que doy fe de eso, más arriba...

Y mientras escribía "tendrán cosas más importantes que leer", recordé un maravilloso párrafo de "Fragmentos del discurso amoroso", de ROLAND BARTHES
El inmejorable autor, sospecha que es más razonable que nos genere angustia el registrar la existencia de la miseria humana que el llorar por un amor truncado, a la vez que entiende que la razón, nada puede hacer en algunos casos:
" Cuando imagino suicidarme por una llamada telefónica que no llega, se produce una obscenidad tan grande como cuando, en Sade, el papa sodomiza a un pavo. Pero la obscenidad sentimental es menos extraña, y eso es lo que la hace más abyecta; nada puede superar el inconveniente de un sujeto que se hunde porque su otro adopta un aire ausente, mientras existen todavía tantos hombres en el mundo que mueren de hambre, mientras tantos pueblos luchan duramente por su liberación... "


FOTO: SOLE TORDINI

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