jueves, 11 de junio de 2009
(...)
Viajando al fin de la noche encontré unos relatos inolvidables, dignos de ser repasados, aunque algunos tengan grabados el recuerdo de pesadas manijas y de otoños ingratos .Entre sábanas hallé viejas discusiones sobre biología y cultura junto a un retrato del general, pegado a las cartas de un marxista enamorado que se cansó de pelear. Dentro de los cajones: vacío y alfileres oxidados. En las ventanas: marcas de un pasado feliz, de militancias ahogadas y de mucho mirar el río...que nunca es el mismo.
Pude, antes del fin, desempolvar aquel alabado libro de Aldo Pellegrini con aquella dedicatoria especial y confusa. Viajes al fin de la noche, sin Céline, lejos de aquella casa de aberturas verdes pero en San Cristóbal o en el Tigre y con el nombre de ese chico exiliado, en la cabeza. Viajes al fin... y hoy me harté de cierto pasado, de la literatura y de ese profesor carilindo que se quedó sin tabaco y sin besos. El presente estalla acá cerca. Se acercan las elecciones y otra vez largas colas para justificar viejas decisiones pseudo libertarias o nuevas decisiones pseudo equivocadas. Otra vez el dolor en la panza porque no sé qué argumentarle al que siempre tiene una bonita dedicatoria y un buen libro para mí... o al revés. Y otra vez el insonmio y el tontuelo que piensa que usar marcos gruesos es algo más que ser corto de vista y no deja de hablar del otro lado del monitor, plagiando a Vallejo. Y de espaldas a todo èso, aunque explotando mi mejor perfil, acá me veo: pensando que siempre me gustó, absurdamente, jugar a la ser la hija incomprendida. Si me habré jactado frente a nadie mientras mi madre luchaba con los botones de mi guardapolvos, haciéndole en simuntáneo, mil preguntas sin respuesta posible, mientras papá intentaba explicarme que "en la vida se es ésto o aquello", con el dedo en alto, a la vez que renegaba de la clase obrera que no va a la universidad y me juraba que tenía yo, más dientes que nadie en la tierra. Me gustaba ser la hija con más preguntas, ser la incomprendida cuando alguien me interpelaba sobre mi futuro lejano o me aseguraba que el fútbol no es cosa de chicas. Mientras tanto, las plantas del jardín de adelante adornaban la misma foto cada 21 y nadie lo advertía. Plantas sin flores, con espinas, sin perfume ¡y nadie lo advertía!...y un día leí "El Juguete rabioso" y de a poco fueron llegando los demás. Así se vació el concepto "compañero", la palabra "memoria" se puso de moda y crecimos...y nos fuimos.... y una noche vi como mi hermano mayor cargaba las manijas más pesadas de nuestras vidas... y sufrimos. Después, otro 21 de septiembre y el registro de que el desamor es la más triste de las palabras así como la psicología la forma cultural que más encaja (conmigo). Después no apliqué en cientos de trabajos y nadie me pagó por la traición política de esas señoras de pañuelo blanco. Después me fui de otro amor y volví a la academia y todo así...y así me vuelvo a enamorar, cada tanto, y me engaño durmiendo con el sonido de un bonito bandoneón y el abrazo de un porteño que escribe largas dedicatorias en los libros del pasado.Y todo es más o menos lo esperable: el registro de que el dedo señalador cometió sus errores, el exagrama chino que dicta "cielo sobre viento", el espejo de la infancia cada vez más lejos . Por su parte, el tango que más me gusta sigue en esos cajones que no me animo a abrir en cualquier viaje al fin de la noche, de insomnio y leche tibia, de revistas El Anartista y ríos que nunca son los mismos.
Ni en el Tigre, ni en mi casa, ni en la de él (ni en la de aquél) : en otros lados, en otras noches, en otros viajes, en otros cajones, en otros besos.
Algunos domingos pienso que debería yo animarme y revisar con lupa entre aquellas palabras que se quedaron atascadas detrás del I Ching o entre el capítulo 24 (*) amarillento, y las gafas sin aumento de un chico muy audaz.
JP
El capítulo 24 de El Capital y la obra completa de Aldo Pellegrini (hoy, injustamente, en el sótano del cuarto de mi amigo Alan) son de esos libros, y no temo al error ni a la soberbia, a los que bien se denomina : fundamentales
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