jueves, 24 de febrero de 2011

Epílogo


Las tardecitas raras, rarísimas. El tema del cuerpo afectado se plantó en la garganta. No se traga, se escupe, se relaja.
Se acerca abril y habrá fuego en todos los oráculos. El cuerpo, la madre, el padre, la piedra que baila en el zapato al ritmo del pie y se ubica en el medio y se planta en la garganta del cuerpo afectado.
Un chico uruguayo retoca su maquillaje y lo observo como el primer día, y pierdo la mirada en otro plano, aquél prologado sobre la Avenida Belgrano, con Platón urgando en mis oídos, desdichado y vulgar, frente al ruido de unos tambores desprolijos y rozando unos cuerpos transpirados sobre el empedrado de Chile.
Pero antes de todo febrero, un camión, gritos y nos perdemos. Yo espero la lluvia y que el día no acabe nunca, y que la noche se repita cien veces mientras sigo esperando la lluvia que está anunciada. Un cielo pàlido, acá nomás, alumbra la puerta de entrada del hotel, la cara de las recepcionistas y la cortina roja que separa el pasillo del salón...o son cosas mías y de un rostro que brilla en la rambla. Si pudiera él mismo contemplarlo, si no me doliera hasta el rojo de las uñas de saberme tan lejos y si pudiera contemplar mi propia sonrisa traspasando el paño rojo, corredizo, que separa al mundo real de este nuevo capítulo de la historia más bella; esa luz podría perdurar . Pero, ¿qué es perdurar? podría preguntar en otro momento de mi propia historia ¿Qué es esa palidez nocturna que estira las sombras y baña la playa que hace unas horas se debatía entre una paleta de grises irreales y unos azulados débiles? Una línea de tiempo deforma las ideas y prefiero no hacer preguntas.
Otro febrero sin nieve ni ojos verdes pero con esta lluvia que muerde los vidrios que se revelan y me dejan ver el faro , una espalda y los pasos siempre silenciosos, ya sin rubor, de esa platónica forma de transitar los días en los que todo está permitido.
Elipsis sería el título ideal
Nudos, desenlaces, máscaras, reencuentros y finales
Raras las tardecitas, rarísimas. Por dónde pise, con los brazos marcados y los ojos pintados, bailaremos sin mover los pies y pasarán miles de millones de años y una luz lejana seguirá dividiendo por un rato lo que siempre vuelve: presentación y retirada.

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