miércoles, 16 de febrero de 2011
Hay un vaso derramado sobre la mitad de la cama. Vaso y agua derramados. Hay dos piernas abiertas, calculando el tiempo, contando dinero, fumando si parar.
Ema está por volver a México. Irá a buscar a su Juan para hacerle entender que el tiempo es un invento que no tiene porque perjudicarlos, nunca.
Juan estuvo en Chiapas y cree que lo vio todo. Juan ama a Ema pero no entiende el concepto de felicidad y se empeña en descubrirlo. Ema le dirá que la felicidad no existe, pero que ellos dos derramados en su cama, así como el agua, está bien cerca de darle sentido a todo.
Ema juntó el dinero para el pasaje. Me llamó y me lo contó, envuelta en una especie de halo infantilista realmente delicioso. Cierta inocencia propia del amor la arrasa y la convence de todo.
Juan escribe cartas en papel y las rompe. No sabe que bala habrá de encontrarlo y se empeña en rastrearla. Ema salvará su vida, todos lo sabemos.
Ella parte en tres días rumbo a San Cristóbal. Los colores de la ciudad mágica brillan y Ema se peina para élla y canta, mientras Juan espera la lluvia por su ventana y observa la ruta que lo llevó ahí. El la ama y la espera, para descubrir con ella el sentido del tiempo.
Ema abre el sofá porque su cama está empapada. No dormirá pero cantará despacito, porque es tarde, una canción de un viejo de Tijuana. Juan pinta la casa en la que dormirán. Juan ama a Ema como nunca ha amado puesto que él nunca ha amado. Juan nació en México y Ema en Buenos Aires. Eligieron el mismo camino y se ocuparon de él. Todos sabemos que están salvados y compramos flores para la despedida.
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