viernes, 19 de noviembre de 2010
Hacía mucho calor . La señora con su pañuelo blanco en la cabeza entró rugiendo frente a la perplejidad de los que habían levantado esas paredes llenas de consignas. Mi temor, de inmediato, se manifestó en llanto, antes que todo pudiera suceder...pero llanto para adentro, como casi siempre. Ella podría ser cualquier mujer de su hogar (?), cocinera, con dos hijos y un esposo de clase obrera muy honesto y sumiso. Pero no era nada de éso...o ya no era todo eso. Ella era la madre de todos nosotros, en un punto y en todos los puntos, porque cuando uno elige la categoría que alguien ha de ocupar en su vida está , simplemente, ELIGIENDO y eso toca todos los puntos. Nosotros, los que acomodábamos los libros y barríamos el patio, elegimos ser sus hijos y decidimos que ella sería la madre de todos por igual. Como Dios, capaz. Y es que en nuestro ateísmo, necesitábamos mucho más que al vendedor del puesto, al calesitero, al gerente del banco. Nosotros necesitábamos creer...y creímos.
Con sus caderas incómodas y el pañuelo totalmente torcido rugió en la biblioteca como si la revolución se estuviera dando allá afuera y los de ahí dentro estuviéramos obturados por una nube espesa que condensaba hasta ntras ideas. Pero no era así.
Cada mañana antes de levantarme y cantar algo, sabía que mis planes de un mundo mejor serían totalmente canalizados ahí: madres, libros, compañeros; nada malo podrìa pasarme. No había nubes densas, no había nada perverso que el mundo por su propia cuenta no se hubiese propuesto echar a andar. Pero el mundo no éramos nosotros y eso me tranquilizaba. El mundo como se ve en las fotos, no éramos nosotros. Teníamos planes, amábamos lo que nos rodeaba pero mucho más lo que nos contenía, que siempre es más. Ella no pudo entender, con su gran corazón cansado, qué también éramos sus manos, sus ojos, un puñado de dientes que amábamos más de lo recomendable. Ella quiso creer en otras cosas. Ella quiso dejar de creernos.
"Me devuelven las llaves ahora mismo", gritó, y con el grito se desmoronó un pedazo de pared..vieja pared que estábamos tratando de acondicionar con dos tachos de pintura y varias herramientas. Vieja pared que aprendió de memoria los enfáticos discursos de enfáticos luchadores que ahora se estaba desmoronando junto con las ideas, gracias a los gritos. Pequeños pedazos de pared, de fantasías y versos tirados por el piso, desparramados como los papeles del tacho que eran las fotocopias de mis memorias rotas.
Eramos muchos, no había un único pensamiento y éso ya no estaba permitido: "único pensamiento" fue la consigna de aquel momento y por ello tuvimos que juntar nuestras mochilas con alfileres y parches, más nuestros trastos que también eran los de ellas, nuestros propios pedazos de poca féy nuestras propias alegrías disfrazadas de miseria después que nuestra madre, la elegida, nos pidió que lo dejemos todo. Y con todo eso nos fuimos Cada cual lloró a su forma, cada cual resolvió su propio mundo, cada cual metió lo que pudo en su mochila.
Cada vez que salgo a la calle, cerca del mediodía, me invade un sentimiento extraño: creo que es hora de ir a la casa de las madres a preguntarles "como viene el día". Tengo un impulso enorme de acercarme a la librería y pedir un título nuevo, de armar el almuerzo antes de ir a la plaza, de buscar el puño de Martí dibujado detrás de la escalera.
Tengo una mochila vacía colgada en una percha en mi habitación. La misma mochila de siempre. La cargo en cada mudanza junto a mis emociones y a esa pesada sensación en el pecho, parecida a la que ha de cargar un sonámbulo samarreado por la vigilia en el mejor momento del sueño. La mochila está vacía porque no puedo llenarla. El alma está rara. Hay otro vacío, claro, sin percha. Y apenas puedo con él.
Cuando devolvimos las llaves me asustó el mundo. Fue algo normal: ya no podría devorarmelo en un pestañear. Cuando devolvimos las llaves temí hasta de mis mejores frases, de mis peores prejuicios. Y por si éso fuera poco, re descubrí que no quiero saber nada con todo aquello que no conmueve. Esa parte fue la más fácil porque cuando te abren los párpados unos dedos ajenos, aparece a colación el hecho de reconfirmar que el mundo se divide entre aquellos que lo espían, y éstos que nos lo comemos con los ojos. Esa idea luminó mi dìa y mi tarde aquella vez que se hizo de noche rápidamente. Ese día,tarde y noche fue el día en el que un grupo de amantes perdimos las llaves de un gran amor que nos abandonó en el medio exacto de la ciudad. Será que los grandes amores no se van y punto. Será que siempre abandonan cuando el calor se pone recio. Aquella vez, mi propia vida me exigió no dar "ni un paso atrás" porque éso era todo lo aprehendido y por eso había que andar...y por eso lo escribo ahora
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